viernes, 14 de noviembre de 2008

Ricardo de la Cierva

EL 18 DE JULIO, UN PLEBISCITO ARMADO DE MEDIA NACIÓN

Vivimos en plena Marea Roja, alentada por los comunistas que se han adueñado del alma socialista, según les indicó el último secretario general del PCUS, Mijail Gorbachov, al recomendarles tras la caída del Muro la entrada en la Casa Común de la Izquierda, es decir la infiltración en masa dentro de la Internacional Socialista, el Arca de Noé del marxismo agonizan­te. Cada semana aparece un libro sobre la repre­sión del bando nacional en la guerra civil, mien­tras la represión roja se disimula una y mil veces como "merecida justicia del pueblo".

La fijación "intelectual" de los comunistas es de tipo históri­co; y consiste en obligar al centro derecha acom­plejado a declarar ciudadanos de honor a los supervivientes de las brigadas internacionales, según la orden del doctor Negrín en 1938; y a ensañarse con el 18 de julio, declarándole primero como "golpe militar fascista" y después, ayer mismo, condenándole como intentona para esta­blecer un estado totalitario contra la impecable posición democrática de la Segunda República.

Entonces, las calles rebosan de banderas republi­canas como preludiando la culminación de la cam­paña antihistórica cuyos tres actos finales vere­mos, ese es al menos el proyecto, a lo largo de los dos próximos años: la independencia del País Vasco según el plan Ibarreche, más o menos camu­flada de confederación; la secesión de la Gran Cataluña según el plan Maragall con inclusión de los “Paisos Catalans” que, como la llamada Euzkadi, jamás existieron; y la eliminación de la Corona, cuyo titular volverá a ser no ya el héroe del 23 F, sino el “sucesor de Franco a título de Rey”. Todo un proceso de desintegración histórica perfectamente diseñado en la Casa Común ante la complacencia secreta de una Europa orgullosamente seculariza­da, a la que ahora pretenden arrancar sus ya mor­tecinas raíces cristianas.

Con su clásica coheren­cia, don José María Aznar, en trance de despedida, trata de conservar ahora esas raíces, después de haberlas suprimido en la Internacional Demócrata Cristiana, rebautizada —perdón— por él mismo como Internacional Demócrata del Centro. Los pontífices de la secularización total son también del Centro: los señores Giscard y Chirac, distin­guidos miembros de la Masonería —cuya simple mención es hoy de mal gusto— cuya esencia histó­rica consiste en la secularización total. No en vano el sitio del Gran Oriente de Francia en la Red presenta a la institución como "observatorio de la laicidad". La derecha de Francia, todavía más his­tóricamente degradada que la de España.

En resumen, lo que pretende anegar y ani­quilar la Marea Roja es, para España, el 18 de Julio, el "golpe militar fascista", que no fue ningu­na de las tres cosas. Y que una visión histórica puede y debe explicar con dos expresiones, que brotaron de la entraña de su propia época: una en 1936, otra en 1937.

El 15 de abril de 1936, cuando el desgobierno caótico del Frente Popular amenazaba con la revolución inminente y total, el líder de la derecha católica don José María Gil Robles se encaró con la izquierda y dijo: "Una masa considerable de opinión, que es por lo menos la mitad de la Nación, no se resigna implacablemente a morir: yo os lo aseguro. Media Nación no se resigna a morir"; esta frase de Gil Robles, reproducida ade­más entonces en un editorial de El Debate me ha servido como título para un libro reciente, donde demuestro inapelablemente, con centenares de documentos y testimonios, la profundísima razón que inspiró a Gil Robles aquella advertencia. No era un pronunciamiento, ni un cuartelado, ni una conjura contra una democracia inexistente. Era el clamor de media Nación que no se resig­naba a morir y estaba cada vez, más dispuesta a alzarse para impedir su aniquilación.

La segunda clave es otra frase de 1937: pro­clamada en la "Carta Colectiva del Episcopado Español" el 1 de julio de ese año, cuando los Obis­pos de España trataron de explicar a todos los del mundo los motivos del 18 de julio, al que califica­ron como "un plebiscito armado". Desde el mes de agosto de 1936 varios Obispos habían utilizado la palabra Cruzada en sentido religioso para descri­bir el Alzamiento. La Carta Colectiva no utiliza ese término, sino el de "plebiscito armado", es decir, un movimiento popular apoyando al Ejército en defensa de unos valores por los que merecía la pena dar la vida.

El plebiscito armado de la media Nación que no se resignaba a morir fue, desde los primeros momentos, una guerra de religión. No fue la Iglesia católica quien la proclamó ni menos quien la pre­paró. En la portada de mi próximo libro, “Historia Actualizada de la Segunda República y la Guerra de España” figura el documento gráfico más significa­tivo del conflicto: el fusilamiento de la imagen del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, el 28 de julio de 1936. He investigado a fondo este horrible suceso y junto al fusilamiento, que se reprodujo en días sucesivos, publico también la secuencia de la profanación y demolición del monumento. Pocos días después la Iglesia católica fue declarada fuera de la ley por un decreto del Gobierno del Frente Popular, con la firma del Presidente de la Repúbli­ca, Manuel Azaña. La persecución religiosa, que se había desencadenado con los incendios del 11 de mayo de 1931, se recrudeció en la revolución de Octubre de 1934 y se propagó ya de forma conti­nua después de la falsa victoria electoral del Fren­te Popular el 16 de febrero de 1936. Si se suprime el factor religioso nada se puede comprender de la historia de nuestra guerra; ésa fue la clave. La Cruzada, el plebiscito armado, fue la respuesta a la persecución.

En la Historia Actualizada que acabo de anti­cipar intento un análisis histórico de la Marea Roja y sus orígenes, que son múltiples y datan de varios acontecimientos. En primer lugar, la derro­ta comunista de 1939, precedida por un hecho que jamás recuerdan los promotores de esa marea: la expulsión del partido comunista por el resto de los partidos y grupos del Frente Popular el 12 de marzo de 1939 (expulsión publicada en El Socia­lista de esa fecha) por considerarle un partido no español sino puesto servilmente al servicio de una potencia extranjera, la Unión Soviética. Desde entonces los comunistas españoles concibieron un odio inextinguible contra el general Franco que no sólo había conseguido derrotarles sino descalifi­carles. La historia del partido comunista a partir de entonces es la historia de una venganza frustra­da contra Franco, al que Santiago Carrillo llegó a atribuir en 1982 (siete años después de su muerte), sus continuas derrotas electorales en la transición que el PCE había soñado con domi­nar políticamente.

De ese odio nació a mediados de los años sesenta el proyecto comunista de ocu­par numerosas cátedras de historia contemporá­nea en universidades españolas y otros centros de enseñanza, proyecto que en buena parte ha cuaja­do gracias al pacto antinatural de los comunistas con dos sectores diferentes de la Iglesia Católica, que describo con pelos y señales en el libro que acabo de anticipar y que ha supuesto un gravísimo quebranto dentro de la crisis general de la Univer­sidad española. El director de ese proyecto letal fue un catedrático comunista y nombrado a dedo, que en tiempo anterior, según demostradas afirmaciones comunistas, había ejercido como agente de la KGB, nada menos.

Las últimas fases de la Marea Roja han sido la parlamentaria (en las Cortes y en los parlamentos autonómicos) dirigida por los comunistas, con la complicidad de los socialistas y la cobardía de los centristas para convertir al 18 de julio en una fecha de abominación, cuando realmente fue un grito de liberación; y por fin la tergiversación sistemática de la Historia a través de una profusión de libros infames y artículos sec­tarios que a veces se cuelan en los mismos medios de comunicación de tendencia liberal-conservado­ra y en las sentinas históricas de la basura televi­siva. Por cierto que en ese doble pacto clerical-comunista se generó el funesto término “nacional catolicismo”, que hoy repiten embobados todos los altavoces de la Marea Roja.

Desde el punto de vista de la Historia científi­ca, me preocupan muy poco estos alardes de la Marea Roja, que a veces sufren revolcones insos­pechados desde proyectos extranjeros de investiga­ción, como el que se refleja en el excelente libro “España Traicionada” (editorial Planeta) dirigido por Ronald Radosh y realizado por un conjunto de investigadores de la Universidad de Yale y la Aca­demia Rusa de Ciencias sobre los archivos soviéti­cos de la guerra civil. En esta gran investigación se reivindican por completo las tesis anticomunis­tas de Burnett Bolloten frente a las de Paul Preston y, a distancia abisal por su insignificancia, Julio Aróstegui y otros tuñonianos recalcitrantes. También ha mejorado notablemente el panorama histórico en España, con el merecidísimo éxito del historiador Pío Moa en sus “Mitos de la Guerra Civil”, el cuarto gran tomo de “Franco, crónica de un tiempo”, del profesor Luis Suárez, la abrumado­ra historia naval de nuestra guerra por los almi­rantes Fernando y Salvador Moreno de Alborán, la super-serie “Guerra aérea” del general Jesús Salas Larrazábal, las irrebatibles investigaciones del general Rafael Casas de la Vega y don Ángel David Martín Rubio y el sobrecogedor libro de César Vidal sobre las checas de Madrid, que me ha dejado sin dormir la noche anterior a la redacción de este artículo. La Marea Roja no ha producido ni un solo libro comparable a los que acabo de citar y sus sucios engendros entran ya a raudales en las cloacas de la Historia.

1 comentarios:

Javier de Haro dijo...

Un gran amigo me pasó el otro día este artículo escrito por Ricardo de la Cierva.
Me gustaría compartirlo con todos porque me pareció muy entretenido.
Por cierto, recomiendo los libros de este gran autor:

http://www.ricardodelacierva.com/

 
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